“EL HOMBRE razonable.” El periodista inglés sir Alan Patrick Herbert calificó a este hombre de figura mítica. Sin duda, a veces puede parecer que no quedan personas razonables en este mundo conflictivo.

En su día ya se predijo que vendrían tiempos críticos y difíciles de soportar, pues habría personas “testarudas” y “no estarían dispuestas a ningún acuerdo” o, en otras palabras, que serían todo menos razonables.

Pudiéramos decir que en muchas ocasiones el ser humano es tan poco maniobrable como en el caso de un tren mercancías. Cuando alguno de estos enormes trenes está a punto de toparse con un obstáculo en la vía, no puede retroceder ni tampoco es fácil que se detenga. Algunos ferrocarriles llevan tanto impulso que, cuando frenan, todavía recorren más de un kilómetro antes de quedarse inmóviles.

De igual modo, un superpetrolero puede avanzar unos ocho kilómetros después de parar las máquinas. Hasta si se pusieran los motores marcha atrás, aún surcaría unos tres kilómetros.

Debido a las limitaciones de nuestra propia imperfección, es probable que en ocasiones sintamos la tendencia a ser rígidos e inflexibles.

Sin embargo y aún a pesar de nuestras inclinaciones o naturaleza, es posible cultivar un carácter razonable – amable, indulgente, paciente y bondadoso – o como dice la Traducción del Nuevo Mundo, ser uno “que cede”.

En la Biblia, encontramos este interesante consejo: “Llegue a ser conocido de todos los hombres lo razonables que son ustedes”

Al analizar estas palabras, nos damos cuenta sobre este tema que, en realidad lo que importa no es tanto lo que opinamos de nosotros mismos, sino el concepto que tienen de nosotros los demás, es decir, qué fama tenemos o cuál es nuestra reputación.

Por eso, conviene que de cuando en cuando nos preguntemos:

‘¿Tengo fama de ser razonable, condescendiente y amable?

¿O de ser rígido, brusco y testarudo?’

La persona razonable no insiste en la letra de la ley, no es indebidamente estricto ni severo.

Ahora bien, el que una persona tenga un carácter razonable no implica que pueda abdicar de sus principios, haciendo la vista gorda a un mal comportamiento con tal de congraciarse con las multitudes para tener su aprobación.

Dicho de otro modo, ser razonable no implica que uno infrinja las leyes ni que vaya a transigir en sus principios.

Si bien está dispuesto a ser flexible y a adaptarse a las circunstancias a fin de que los principios se apliquen tanto justa como misericordiosamente, siempre tiene presente equilibrar el ejercicio de la justicia y el poder con amor y sabiduría razonable.

Analicemos tres maneras donde demostrar que somos razonables.

“Listo para perdonar”.

No cabe duda de que estar listo para perdonar y tener misericordia probablemente sea el modo fundamental de demostrar que somos razonables.

Pensemos en los que son padres. Es verdad que en ocasiones la disciplina que dan conlleva algún castigo. Quizás han pasado algunos días desde que se le dijo al niño que estaba castigado.

¿Y qué es lo que sucede?

Ahora el niño se dirige al papá o a la mamá y le pregunta con un tono suave y conmovedor: “¿Me perdonas?”

Algunos quizás opinen que en esta circunstancia ser razonable implicaría levantar el castigo, pero quizás eso haría que el efecto de la disciplina aplicada no cumpliera totalmente su propósito.

Por eso, algunos padres optan por razonar cariñosamente con sus hijos, asegurándoles que por su puesto les han perdonado – pues han visto un cambio de actitud en la mala conducta que tuvo el niño – pero que de momento “no levantarán el castigo”, pues de ese modo le enseñan a entender que el perdón no exime de las consecuencias que uno puede recibir por sus malas acciones, así como lo sabio de otorgarle tiempo suficiente para mostrar con obras que verdaderamente le duele lo sucedido y está arrepentimiento.

Como dice un proverbio inspirado escrito en paráfrasis: “Reprender y castigar al niño le ayuda a aprender; si se deja a su capricho, avergonzará a su madre”

En este caso, la persona razonable no es “sentimentalista” ni se deja llevar con facilidad, pero tampoco hace que sus hijos le vean con temor, como si solo fuera un “castigador” o “tirano” al mantener castigos prolongados que ni mucho menos están en proporción con el error cometido.

En el fondo, ese ejercicio del carácter razonable otorga a los hijos mayor seguridad, y con el tiempo – especialmente cuando han crecido y son más maduros – llegan a agradecer que se les diera ese tipo de corrección como muestra de interés genuino y amor.

“Cambia su línea de acción al surgir nuevas circunstancias”

Para algunos, cambiar el curso de los asuntos, incluso una opinión, se les hace imposible por temor a que su reputación se vea dañada o por pensar que otros verán en esa muestra de bondad una señal de debilidad.

¿Qué haría una persona razonable?

La persona razonable sabe reconocer las circunstancias excepcionales y comprende que en ocasiones puede no ser el momento de aplicar una regla general, discierne cuando relajar la ley, siendo flexible en respuesta a principios más elevados.

Sin lugar a duda, merece la pena que de cuando en vez nos preguntemos:

“¿Se me conoce también como una persona dispuesta a ceder siempre que sea adecuado?”

De nuevo…, para aquellos que son padres, es preciso demostrar este carácter con frecuencia.

Dado que todo hijo tiene una personalidad única, los métodos que funcionan con uno pueden ser inadecuados para otro. Además, cuando los niños crecen, cambian sus necesidades.

Ahora bien, cuando uno de los padres saca las cosas de quicio al producirse una transgresión de poca importancia, ¿estará dispuesto a ser humilde y rectificar?

Los padres que son flexibles en estos campos evitan irritar innecesariamente a sus hijos.

“Ejercicio razonable de la autoridad”

¿Has observado que muchas personas parecen volverse menos razonables cuando reciben más autoridad?

La persona razonable no es exigente ni “difícil de complacer”. Tampoco se vale de su autoridad para controlar indebidamente a los demás. No se comporta como si fuera un “capataz”, recurriendo a la culpabilidad, la vergüenza o el miedo para coaccionar e intimidar a quienes están bajo su supervisión.

Alguien dijo en cierta ocasión que “las personas grandes hacen sentir a los demás que también pueden llegar a serlo”

De modo que, quien es razonable no trata de acapararlo todo, ni ve amenazada su autoridad por conceder parte de la suya propia. Más bien sabe delegar tareas en otros e incluso las confía aún sabiendo que probablemente podría desempeñarlas mejor él mismo.

Sabe motivar a aquellos que se sienten “pequeños”, y con su ejemplo provoca en quienes están a su alrededor que tengan un espíritu dispuesto, auténtico y voluntario para colaborar.

Por otro lado, alguien así tiene expectativas razonables tocante a lo que espera de los demás y evita dar a entender a otros que lo que hacen en su labor es insuficiente o inaceptable.

Queridos lectores, recordar: “¡No es tiempo de ser rígidos!”

Por lo tanto, sigamos ganándonos la reputación de ser razonables, especialmente si ostentamos cierta autoridad sobre los demás.

Seamos razonables siempre que sea pertinente al 1) estar dispuestos a perdonar o ceder; 2) cuando surjan nuevas circunstancias y 3) al ejercer nuestra autoridad.

Si así lo hacemos, no solo seremos más felices con nosotros mismos, sino que además haremos que quienes estén a nuestro alrededor, se sientan a gusto, animados, valorados y de seguro que al estar con otros dispensarán el mismo trato.

Para la siguiente ocasión hablaremos de la importancia que puede tener en nuestra vida una palabra: EL PERDÓN

Mientras tanto, deseamos que para estas próximas dos semanas podáis seguir afrontando con ánimo las dificultades y sobre todo… ¡que os vaya muy bien!