Durante esta pandemia todos hemos oído muchas veces esta palabra: “asintomático”

Una situación que a principio de la pandemia supuso un desafío para las autoridades sanitarias en el control de los casos, tenía que ver con aquellos pacientes que no experimentaban ningún síntoma relacionado con el contagio del coronavirus. Un informe reveló que, en España, el 40% de los pacientes que dieron positivo por el Covid-19 eran “asintomáticos”. Es decir, tenían el virus y también podían transmitirlo a otros.

Algo parecido puede suceder con otra clase de virus muy propagado también a nivel global.

¿A qué nos referimos?

Al prejuicio.

El prejuicio es como un virus: hace daño a quienes lo tienen y puede que estos ni siquiera noten que están contagiados.

La gente puede tener prejuicio hacia personas de diferente nacionalidad, raza, sexo, religión o clase social. Algunos juzgan mal a los demás por su edad, educación, discapacidades o apariencia. Sin embargo, creen que están libres de prejuicios.

¿Pudiera ser que sin darnos cuenta llegáramos a ser “asintomáticos del prejuicio”?

Es muy curioso, pero si bien es cierto que es fácil que veamos el prejuicio en los demás, puede ser difícil que lo detectemos en nosotros. El prejuicio puede actuar por nosotros sin siquiera nosotros advertirlo de antemano, quizás tratando de forma diferente a otros por tener en un lugar recóndito de nuestro corazón algún punto de vista negativos hacia personas de otra clase.

Quizás la propaganda de ciertos medios o autoridades hacia personas de una cultura diferente o grupo étnico han podido afectar el modo correcto de ver a esas personas.

En la mayoría de las ocasiones, el prejuicio se basa en información falsa.

Un ejemplo de ello lo vemos en lo que sucedió en la Alemania nazi con los judíos. La propaganda dañina dirigida contra ellos hizo que se les culpara de la crisis económica alemana. Esas mentiras generaron un creciente prejuicio que llevó a que se les llegara a odiar a tal grado que se les llegó a “cosificar”, es decir, a considerarles como si fueran “cosas sin sentimientos”, en vez de personas que merecen dignidad, lo cual llevó finalmente a justificar su exterminio durante el holocausto y así anular los pinchazos de sus conciencias.

Lamentablemente, algunos de estos prejuicios siguen manteniéndose hoy y las “voces de otros” siguen alimentando ideas preconcebidas y puntos de vista negativos sobre alguna determinada clase de persona o grupo.

Sin embargo, hay un antídoto contra el prejuicio: ESTAR BIEN INFORMADOS

Un proverbio de la Biblia dice: “No es bueno que a una persona le falte conocimiento”

Hay muchas personas que están muy convencidas de que lo que opinan es verdad, pero tristemente, cuando se analizan las pruebas se confirma que en su modo de pensar aún hay un alto grado de ignorancia.

¿Cuál es la lección?

Si nos dejamos llevar por lo que nos cuenten y no por los hechos, juzgaremos mal a los demás.

Cuando sentenciamos a los demás por ser de determinado grupo minoritario – sea racial, étnico o religioso – el prejuicio dirigido hacia esas personas puede transformarse en ira y odio.

Hasta este punto, hemos visto que alguien puede ser un “asintomático del prejuicio” sin saberlo, es decir, puede estar contagiado del virus del prejuicio, el cual en ocasiones está escondido en algún lugar recóndito del corazón y que de repente se manifiesta cuando menos lo esperamos.

Siguiendo con la comparación de los “asintomáticos” de Covid-19, aunque no tengan síntomas, eso no significa que estén exentos de tomar medidas para evitar que el virus se propague. Entre otras cosas, deben de estar aislados y cuidar bien de su salud.

De igual modo, debido a la imperfección TODOS nosotros, de alguna manera podemos estar contagiados por el virus del prejuicio sin saberlo, de modo que es importante que tomemos medidas para protegernos a nosotros mismos y a los demás.

¿Qué puede ayudarnos a vencer el virus del prejuicio?

Hablemos de 3 cualidades que hacen que el prejuicio se muera de hambre:

EMPATÍA

Se define la empatía como la capacidad que tiene una persona de percibir los sentimientos, pensamientos y emociones de los demás. Dicho de otro modo, “ponernos en el lugar de la otra persona”.

La clave de la empatía está basada en la importancia de dar reconocimiento a la otra persona.

En el mundo actual, la falta de empatía hace que muchos se centren en las diferencias y no en las similitudes. De hecho, esa falta de reconocimiento hace que se llegue a pensar que quienes son diferentes a nosotros son también inferiores y es de eso de lo que se alimenta el prejuicio.

Sin embargo, cuando sentimos empatía por los demás nos damos cuenta de lo mucho que nos parecemos en realidad. Probablemente descubrimos que afrontamos los mismos retos y las mismas emociones en situaciones parecidas. Todos tenemos muchas más cosas en común que las cosas que nos diferencian.

Un principio bíblico dice: “Alégrense con los que se alegran; lloren con los que lloran”

Así es, si nos esforzamos por entender los problemas de la gente, comprenderemos mejor a los demás y no los juzgaremos ni menospreciaremos, sino que trataremos de ayudarles.

HUMILDAD

La humildad es lo contrario al orgullo y el orgullo puede llevar al prejuicio.

Normalmente, una persona orgullosa piensa demasiado en sí misma y se cree superior a los demás, especialmente hacia aquellos que son diferentes.

Es cierto que para evitar la influencia que puede ejercer el orgullo en nosotros es necesario que hagamos un esfuerzo consciente para no permitir que la forma de pensar que a veces nos rodea nos afecte. Por ejemplo: ¿no es cierto que la mayoría de las culturas consideran, en mayor o menor grado, que su estilo de vida, costumbres, comida, valores, nacionalidad o regionalismos son superiores a los de otras culturas?

Por eso, para luchar contra el orgullo necesitamos humidad.

El principio de Filipenses 2:3 es muy apropiado al decir: “Humildemente piensen que los demás son superiores a ustedes”

Y este principio es eterno y nunca cambiará.

Siempre habrá alguien – lo queremos reconocer o no – que serán mejor que nosotros en uno o varios aspectos. En otras palabras: “Ninguna cultura es la mejor en todo”

Basta con que viajemos un poco para darnos cuenta de lo mucho que podemos aprender de otras culturas y países, aunque económicamente estén en una condición inferior.

La humildad nos lleva a ser realistas con nosotros y descubrir una gran verdad: nosotros también tenemos defectos.

Reconocer los puntos fuertes de otros hace que se desarrollen en nuestro interior un sentimiento de admiración hacia las cosas buenas que tiene esa persona y de las cuales aún tenemos mucho que aprender. Si hay admiración habrá también respeto.

AMPLIEMOS NUESTROS CÍRCULO DE AMIGOS

Si nuestros amigos solo son personas como nosotros, podemos llegar a creer que nuestra forma de pensar, sentir y actuar es la única correcta.

De ahí la importancia de hacer amigos que sean diferentes a nosotros. Es verdad que compartiremos los mismos valores morales y normas honestas, pero no necesariamente los mismos gusto y opiniones.

¿Cuánto tiempo hace que no hemos conversado con personas de otros países, razas o idiomas que viven en nuestro barrio?

Es curioso, pero algunos están aprendiendo un idioma extranjero para acercarse a más personas de otras culturas o aprenden saludos para expresarles su afecto y darse cuenta de lo mucho bueno que puede aprender y gustar de otras culturas.

La mejor manera de honrar a los demás y otorgarles valor es pasando tiempo con ellos. Es solo así que podemos lograr comprender mejor a personas de diferentes orígenes y demostrarles que les abrimos “las puertas del corazón”

Millones de personas han seguido los principios que hemos visto y han logrado arrancar los prejuicios de su corazón. Han dejado de ser “asintomáticos del prejuicio”, para “dar positivo” en empatía, humildad e interés por los demás.

Para la siguiente ocasión, hablaremos de otra cualidad digna de compartir: LA GENEROSIDAD